El arte de escribir

EL CORAZÓN DELATOR  EDGAR ALLAN POE  ¡Es verdad! Soy muy nervioso, horrorosamente nervioso, siempre lo fui, pero, ¿por qué pretendéis que esté loco? La enfermedad ha aguzado mis sentidos, sin destruirlos ni embotarlos. Tenía el oído muy fino; ninguno le igualaba; he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿Cómo he de estar loco? ¡Atención! Ahora veréis con qué sano juicio y con qué calma puedo referirles toda la historia.  Me es imposible decir cómo se me ocurrió primeramente la idea; pero una vez concebida, no pude desecharla ni de noche ni de día. No me proponía objeto alguno ni me dejaba llevar de una pasión. Amaba al buen anciano, pues jamás me había hecho daño alguno, ni menos insultado; no envidiaba su oro; pero tenía en sí algo desagradable. ¡Era uno de sus ojos, sí, esto es! Se asemejaba al de un buitre y tenía el color azul pálido. Cada vez que este ojo fijaba en mí su mirada, se me helaba la sangre en las venas; y lentamente, por grados, c

Me despertaba, era sábado, desayunaba y almorzaba sin ganas sabiendo que iba a circo. A mi mamá le encantaba que vaya y yo solo lo hacía por ella, sin dejar de lado que me divertía la tonta idea de en un futuro tener nariz roja y pelo rizado de un fuerte color. Luego de llegar y hacer un par de trucos en el trapecio, me patino y caigo en un profundo y oscuro túnel. A medida que el vértigo iba cesando, una deslumbrante luz reflejaba cómo mi ropa básica y normal tomaba vida y color de un típico payaso de circo. Fue así como mi supuesta caída en el trapecio de mi cotidiana clase semanal, se convirtió en el impulso de un salto a otro trapecio, o mejor dicho, hacia una vida paralela como payaso. Caí a un vacío repleto de colores. No me sentía yo, mi esencia no era la misma Levanto la mirada, me encontraba sentada en el fino palo del trapecio, agarrada de ambas cuerdas como si fuese una hamaca. Al rededor mío, una ronda de personas, unas más altas que otras, esperaban ansiosas algún truco o

  A continuación se podrá observar una lista de cinco sueños, organizados desde el más viejo al más reciente: Repetidas veces de niña soñé con esta misma escena. Madame Medusa, la mala de la película Bernardo y Bianca, me perseguía en el  propio jardín de mi casa, del cual éste no era de igual forma ya que a pesar que estaba el mismo banco de madera y las mismas flores, el camino era diferente. Un inmenso laberinto de baños químicos formaban parte de mi patio, el cual era transitado por mis desesperados pasos ante la malvada Madame, sin dejar de lado el agobiante olor a orina que transitaba los pasillos. Me despierto, no era de día todavía, por lo que decido seguir durmiendo. Al poco rato vuelvo a despertarme pero esta vez porque alguien toca la puerta de mi cuarto muy decididamente. Escucho una voz pero no logro descifrar quién era, parece mi mamá, por lo que intento levantarme y abrirle. Fue en ese momento cuando noté que no era capaz de mover ninguna parte de mi cuerpo. Estaba dormi

Mi nombre es Valentina Graziano, tengo 20 años y actualmente estoy estudiando la carrera de Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires. Este año, por primera vez en mi vida, presencié una clase en la facultad, luego de realizar el Ciclo Básico Común y un cuatrimestre de mi primer año de forma virtual. Me entusiasma saber que formo parte de una comunidad que, lejos de ser homogénea, se esfuerza por una misma meta, recibirse y trabajar en algo que realmente nos apasione. Elegí Comunicación Social ya que no solo me interesa lo social, si no que me encantaría poder combinar mis pasiones, ya sea el deporte como la comunicación y todo lo que conlleva esta. Por lo general, no suelo escribir mucho, sin embargo siento que puedo expresarme mejor en la escritura que hablando y comunicándome con otras personas, ya que puedo tomarme el tiempo adecuado en formular cada oración, como bien dijo el poeta Robert Bringhurst "la escritura es el lenguaje en estado sólido&quo

Me despertaba, era sábado, desayunaba y almorzaba sin ganas sabiendo que iba a circo, me encantaba ir pero me costaba prepararme. Luego de llegar y hacer un par de trucos en el trapecio, me patino y caigo en un profundo y oscuro túnel. A medida que el vértigo iba cesando, una deslumbrante luz reflejaba cómo mi ropa básica y normal tomaba vida y color de un típico payaso de circo. Fue así como mi supuesta caída en el trapecio de mi cotidiana clase semanal, se convirtió en el impulso de un salto a otro trapecio, o mejor dicho, hacia una vida paralela como payaso.